Ojo con la seducción china de las élites latinoamericanas

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La ‘diplomacia personal’ esconde su relación asimétrica con muchos de sus socios, dice analista.

Fuente: El Tiempo

Por: Juan Pablo Cardenal

A comienzos de este siglo, cuando China lanzó su política de “salir afuera” (centrada en el uso de reservas de divisas para sustentar la expansión y las adquisiciones en el exterior de sus compañías), pocos esperaban que el país se convirtiera rápidamente en un actor económico principal en América Latina. Sin embargo, eso es lo que ha sucedido. La pregunta es si esto es bueno para la región.

En menos de 15 años, China pasó de desempeñar un papel económico más bien marginal a estar entre los principales inversores y socios comerciales de la mayoría de los países de América Latina, así como su principal prestamista y constructor de infraestructuras. En tanto que sus planes económicos avanzan sin inconvenientes –tendencia que, al parecer, es improbable que vaya a cambiar en el corto plazo–, China ha fijado su interés en otro objetivo: expandir su influencia política en la región y más allá.

Por supuesto, la condición de China como peso pesado de la economía le proporciona un grado importante de influencia. Pero el Estado chino y el gobernante Partido Comunista Chino (PCC) han lanzado una estrategia más directa, coordinada y de amplio alcance para expandir su poder blando.

Esta estrategia (más incisiva que blanda) se centra en promover el compromiso, la cooperación y los intercambios personales e institucionales con las élites latinoamericanas en cuatro áreas: medios, cultura, academia y política. Por ejemplo, China elabora contenido periodístico que entrega gratis a medios locales, ofrece becas a alumnos y profesionales latinoamericanos para ser “capacitados” en ese país, crea alianzas con universidades y grupos de expertos locales y abre y opera institutos Confucio, entre otras iniciativas.

Pero la herramienta más poderosa que emplea China es la diplomacia entre personas, mediante la cual busca construir fuertes relaciones con individuos influyentes, de distintos ámbitos de la sociedad. Con ese objetivo, los líderes chinos invitan a China, entre otros, a personalidades políticas, académicos, periodistas, altos funcionarios y exdiplomáticos de América Latina, para capacitaciones de varias semanas, eventos académicos o programas de intercambio ‘ad hoc’, o realizar actividades con sus pares chinos.

Esta “captura de las élites” no es insignificante. Según el presidente Xi Jinping, China capacitará a 10.000 latinoamericanos influyentes antes del 2020. Es más, el PCC se ha comprometido a invitar a China a 15.000 miembros de partidos extranjeros durante los próximos cinco años, iniciativas en las que muchos representantes políticos latinoamericanos ya han participado. El objetivo principal de esta estrategia es garantizar que figuras prominentes, entre ellas líderes actuales y futuros de América Latina (normalmente elegidas a dedo por las autoridades chinas), se pongan del lado de China. En pocas palabras, ello implica que el autoritario régimen chino está comprando de manera sutil y gradual a las élites de la región.

Y el plan está funcionando. Los hoteles de cinco estrellas, la deslumbrante hospitalidad y el discurso y las agendas cuidadosamente diseñadas causan una impresión poderosa, hasta hipnótica, en los invitados extranjeros de China. Muchos de ellos regresan a sus países creyendo que China es un actor esencialmente benigno y, por lo tanto, que no tienen nada que temer por la presencia de China en sus países. Muchos llegan incluso a convertirse en defensores a ultranza de China.

Los elogios que hacen de Pekín –expresados a través de trabajos publicados, declaraciones públicas o comentarios privados– muchas veces se centran, lógicamente, en el éxito económico que se percibe en el país. Hablan con admiración de la transición económica desde el maoísmo al ‘capitalismo rojo’, de su resistencia frente a la crisis financiera global del 2008 y de su irrupción quizá como el principal ganador de la globalización. Y rinden también pleitesía a China como una fuente valiosa de inversiones, préstamos y oportunidades de mercado.

La experiencia de China demuestra, según muchos de esos nuevos amigos del régimen, que el desarrollo sin democracia es posible. Esa apreciación casi nunca va acompañada por un reconocimiento de los potenciales riesgos de una excesiva dependencia de China, ni mucho menos de referencias a su sistema político autoritario o al déficit en materia de derechos humanos.

Estos defensores entusiastas de China probablemente no querrían un régimen al estilo chino en sus propios países. Sin embargo, al aceptar y hasta propagar el discurso patrocinado por el PCC y al obviar cualquier análisis crítico, están contribuyendo de modo preocupante a una imagen imprecisa y distorsionada de China en toda América Latina. Por el escaso conocimiento existente sobre China, muchos en la región se informan a través de las mismas élites locales que los líderes de China están intentando atraer.

La sociedad, en América Latina y otros lugares, merece ver también el otro lado de la moneda. Deberían conocer la relación asimétrica que China tiene con muchos de sus socios comerciales y las duras condiciones de los préstamos chinos, que han dejado a muchos países inmersos en una situación delicada. Deberían también conocer la verdad sobre las condiciones laborales de los proyectos de China en el exterior, por no mencionar su impacto ambiental y social. Y deberían estar al tanto de la creciente represión interna nacional en la era de Xi.

No hay duda de que China trae grandes oportunidades a América Latina. Pero los riesgos no pueden ignorarse. Los periodistas, los académicos, los políticos y otras personas influyentes a las que China está seduciendo tienen la responsabilidad de evitar quedar cegados por la ofensiva seductora china, y de ofrecer un análisis realista de los potenciales escollos de la relación. De lo contrario, América Latina pronto descubrirá que está pagando un alto precio por su visión borrosa.

La sociedad, en América Latina y otros lugares, merece ver también el otro lado de la moneda. Deberían conocer la relación asimétrica que China tiene con muchos de sus socios comerciales y las duras condiciones de los préstamos chinos, que han dejado a muchos países inmersos en una situación delicada. Deberían también conocer la verdad sobre las condiciones laborales de los proyectos de China en el exterior, por no mencionar su impacto ambiental y social. Y deberían estar al tanto de la creciente represión interna nacional en la era de Xi.

No hay duda de que China trae grandes oportunidades a América Latina. Pero los riesgos no pueden ignorarse. Los periodistas, los académicos, los políticos y otras personas influyentes a las que China está seduciendo tienen la responsabilidad de evitar quedar cegados por la ofensiva seductora china, y de ofrecer un análisis realista de los potenciales escollos de la relación. De lo contrario, América Latina pronto descubrirá que está pagando un alto precio por su visión borrosa.