Familias del río Iriri luchan por conservar sus hogares en el Amazonas

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Dona Zefa in her canoe. Photo by Mauricio Torres
Dona Zefa en su canoa. Imagen de Mauricio Torres.

Conforme nos desplazábamos al río Iriri, el nivel del agua subía ganando velocidad. Llegamos una tarde a una acogedora casa, lavamos la ropa en una tabla de lavar fijada a una roca a la orilla del río que encontramos sumergida la mañana siguiente. Había llovido algo, pero no lo suficiente como para que aumentara mucho el caudal del río.

Los beiradeiros (la población asentada en el río) explicaron que aunque la estación lluviosa había llegado muy tarde este año, debe haber habido lluvias muy fuertes al sur en la cabecera del Iriri en el estado de Mato Grosso. Aquella fue la primera vez que creí plenamente lo que otros me habían dicho: que aquí no es extraña una crecida de 10 metros del río.

Nuestro capitán en el río es José Alves Gomes de Silva (conocido como Zé Boi) —y reconocido como el mejor guía en esta parte del Iriri. Fue haciendo zigzags diestramente río arriba, evitando con suma habilidad rocas apenas sumergidas. Pude darme cuenta de que no se trataba solo de recordar el camino a lo largo de un complejo río, sino de encontrar una nueva ruta casi a diario, ya que los niveles de agua aumentaban y caían radicalmente, alterando los peligros del día a día. El fondo de nuestra voadeira solo rozó una roca una o dos veces.

Donde íbamos, la gente recibía la lluvia —un recordatorio constante de que la región acababa de soportar la sequía más dura que se recuerda. De julio a diciembre de 2015, no había llovido en absoluto en esta parte del Amazonas, lo cual es inaudito.

Unsubmerged washing board outside Dona Zefa's house. People were happy with the coming of the rain and the end of the drought. Photo by Mauricio Torres
Pila de lavar no sumergida frente a la casa de Dona Zefa. Las personas estaban contentas con la llegada de la lluvia y el fin de la sequía. Imagen de Mauricio Torres.

Mucha gente que esperaba que llegaran las lluvias anuales perdió casi todas sus plantaciones de cultivo de septiembre. Muchas familias, ansiosas por tener un ingreso, habían plantado cacao, del cual se hace el chocolate. Es un producto fiable en una región donde el transporte fluvial corre el riesgo de deterioro. Las vainas de cacao de color naranja, grandes y resistentes pueden soportar un largo viaje en barca sin pudrirse o marchitarse bajo un sol de justicia. Una pareja de agricultores que conocimos había plantado en septiembre 3000 plántulas de cacao, pero todas murieron a causa de la sequía. Los agricultores, tan fuertes de espíritu como siempre, se lanzaron a replantar.

Para algunas familias, la sequía trajo un peligro aún mayor. Cuando los beiradeiros talan y queman sus pequeñas parcelas para sembrar sus cultivos de subsistencia, siempre hacen grietas forestales para detener la propagación del fuego, cosa que llevan realizando durante décadas, haciéndoles extremadamente expertos en el manejo del fuego.

Sin embargo, este año la sequía fue tan intensa que en una ocasión las llamas sobrepasaron la grieta. Los lugareños usaron toda su pericia para detener la expansión del fuego, y lo consiguieron, pero dijeron que la batalla había sido una pesadilla. Tales peligros inesperados ponen de manifiesto lo que los científicos han advertido durante años: que, con las extremas sequías asociadas ahora con el cambio climático, la selva amazónica puede verse más vulnerable a los incendios incontrolados.

Las aventuras de Dona Zefa

Río arriba paramos en casa de Josefa Jerônima da Silva. Ya nos habían hablado mucho de esta mujer conocida como Dona Zefa, que se había enfrentado sin ayuda de nadie a un hombre armado que enviaron los grileiros (ladrones de tierras) a la zona.

En cuanto la conocí, supe que me gustaba. Dona Zefa es una pequeña mujer con unos enormes y brillantes ojos que se iluminan cuando te sonríe para darte la bienvenida. Cuando conocí a dos niños días más tarde, inmediatamente los reconocí como suyos. ¡Tenían sus inconfundibles ojos!

Dona Zefa in her canoe, going off to fish for us. Photo by Mauricio Torres
Dona Zefa en su canoa, yendo a pescar para nosotros. Imagen de Mauricio Torres.

Dona Zefa nos contó su extraordinaria historia. Nació en un seringal (una plantación de caucho) en el río Iriri, y la crió su madre sola, quien se separó de su marido poco después de nacer ella. Cuando Dona Zefa cumplió los 15 años se casó con un recolector de caucho, y juntos recolectaron caucho para Benedito Gama, uno de los seringalistas (propietarios de las plantaciones de caucho) que conocimos en Altamira.

Puede que Benedito Gama les pagara relativamente poco por el caucho y las nueces de Brasil que reunió la familia de Dona Zefa, pero les brindó otra clase de ayuda, en parte, para compensar la falta de asistencia del estado. Si alguien caía enfermo, él era la única persona a la que podían recurrir. Era un bom patrão (un buen patrón), dijo Dona Zefa.

Dona Zefa tuvo 14 hijos. Todos sobrevivieron a la infancia, aunque dos murieron más tarde por la malaria. La familia encaró unida los peligros del Amazonas: un jaguar entró una vez en la casa para llevarse a un perro, y una piara de jabalíes atacó su huerto, destruyendo cultivos y matando a dos canes más.

Dona Zefa's grandson. Photo by Mauricio Torres
Nieto de Dona Zefa. Imagen de Mauricio Torres

Aunque la familia vivía en una zona muy apartada, tenían vínculos con el mercado, vendiendo a intermediarios el caucho y las nueces de Brasil que reunían de la selva. Sin embargo, estuvieron obligados, junto a otras familias locales, a valerse por sí mismos, ya que las mercancías enviadas desde el extranjero eran demasiado caras como para comprarlas con sus pequeñas ganancias.

La sofisticación de esta estrategia de supervivencia de subsistencia —basada en un amplio conocimiento de la selva— no es fácil de entender en una corta visita, en parte porque las propias familias dan todo por sentado y no lo ven como algo muy notable. No obstante, los miembros de nuestro equipo me explicaron que durante muchos años los beiradeiros, no solo en el río Iriri sino a lo largo de otros afluentes del Amazonas, han criado nuevas variedades de mandioca (yuca), programada para ser cosechada durante todo el año y para desempeñar diferentes funciones en su dieta —una, por ejemplo, es especialmente resistente a la sequía, mientras que otra hace que la harina de mandioca sea muy sabrosa. Algunas son variedades completamente nuevas, desconocidas para el instituto de investigación agrícola primaria de Brasil, la estatal Embrapa (Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria).

Las familias también cosechan una amplia variedad de productos forestales, para todo tipo de usos domésticos, y conocen el mejor momento para recoger cada uno. Como dijo un escritor, los beiradeiros han hecho de la selva su “despensa”.

El reconocido biólogo E.O. Wilson ha abogado persuasivamente por el inmenso valor de semejante agrodiversidad como un medio para llegar a ser localmente más resistente en tiempos de crisis, como los provocados por el cambio climático. Notifica que a nivel mundial los monocultivos como el trigo, arroz o maíz podrían sufrir fallas catastróficas, y que la diversificación agrícola podría ayudar a salvar a la humanidad de futuras hambrunas.

La llegada de los grileiros

Desde el principio, había sido una vida dura, admitió Dona Zefa, pero su familia había hecho bien con los retos que le ponía el Amazonas. Esto es, hasta la década de 1990, cuando sus vidas dieron un vuelco con la llegada de los grileiros (ladrones de tierras).

Dona Zefa's beautifully constructed house — threatened in the past by land grabbers and now by the policies of the Brazilian government. Photo by Mauricio Torres
Casa muy bien construida de Dona Zefa —amenazada en el pasado por los usurpadores de tierras y ahora por las políticas del gobierno brasileño. Imagen de Mauricio Torres

Para entonces, el marido de Dona Zefa había sido incapacitado por una apoplejía. Los grileiros enviaron trabajadores (algunos podrían llamarlos matones) para expulsar de su hogar a la familia, y talar y quemar su tierra para que pudiera ser vendida a los ganaderos. Dona Zefa, mujer astuta, se percató de que no podía enfrentarse directamente a los grileiros. Vio que su única posibilidad de aferrarse a su tierra sería tomar ventaja de la reticencia de los usurpadores de tierras para asesinar a una mujer indefensa a sangre fría.

Así que cada vez que aparecían, se mantuvo en silencio e hizo lo que se le ordenó. Incluso les dio de comer y los alojó en su casa. Contrataron a un hombre para matarla, pero no fue capaz de hacerlo, y terminó por contárselo todo. La situación fue de mal en peor. Dona Zefa se dio cuenta de que matarían a sus hijos, por aquel entonces jóvenes, si no se iban de allí. Los convenció para que se marcharan, pero no se separó de ellos.

“No tenía a donde ir”, nos contó. “Este es mi hogar”.

Dona Zefa relató que nunca olvidará las escenas brutales de las que fue testigo: “Una vez, el grileiro llegó [a mi casa] con su cuchillo cubierto de sangre. Acababa de asesinar a un trabajador, un tipo alto. Puso el cadáver en una bolsa y lo arrojó al río, pero el cuerpo se hinchó y la bolsa flotó. Tuvo que sacarlo [del río], descuartizó el cuerpo en tres partes y puso cada una en una bolsa separada con piedras. Después, la bolsa se hundió”.

Aun así, Dona Zefa no perdió la entereza: “Yo era una mujer que se encontraba sola. No podría enfrentarme a ellos, pero no huiría. Y a ellos no les agradaba la idea de matarme”.

A la búsqueda de una solución

Lo que salvó a Dona Zefa fue la decisión del gobierno federal de convertir la región en una estación ecológica. Al no poder reclamar tierras locales, los grileiros siguieron adelante, y los hijos de Dona Zefa volvieron a casa. Hoy lleva su casa como ella quiere, y sería completamente feliz si no fuera por las restricciones impuestas por las autoridades de conservación. En concreto, está molesta por no poder vender unos pocos peces para ganarse un pequeño ingreso en efectivo.

Los hijos de Dona Zefa se dedican completamente a ella, aunque algo intimidados. La ayudaron a construir su casa, un ejemplo particularmente sutil de una típica vivienda en la cuenca del río Iriri: las vigas principales están hechas de matamatá, una madera dura que se encuentra a más de un kilómetro de distancia; las paredes están construidas de madera dura pero flexible de las inmediaciones; y el techo se compone de ramas de palma, tejidas en estrecha colaboración, por lo que no entra ni una gota de agua durante las lluvias torrenciales. Apenas se empleó un clavo para construir la casa: se mantienen en pie principalmente con enredaderas recogidas en la selva. La casa es muy agradable y muy útil.

Dona Zefa fue la perfecta anfitriona. Por la mañana temprano, salió con su canoa y regresó con suficiente pescado para darnos de comer durante todo el día. Estaba constantemente ocupada, cocinando, limpiando y llevando la ropa y vajilla sucias al río para lavarlas. Sin embargo, también estaba lista siempre para dejar una tarea y charlar, o ponerse en contacto con sus hijos por radio —la suya es una de las fincas locales con red inalámbrica, la principal forma de comunicación de las familias de la zona durante décadas.

Dona Zefa with our supper. Photo by Mauricio Torres
Dona Zefa con nuestra cena. Imagen de Mauricio Torres.

Como los demás, la preocupación más apremiante de Dona Zefa —algo que la mantiene despierta por la noche— es el miedo a que el gobierno la obligue a abandonar su casa y su tierra.

Nos dijo que la presión del Ministerio del Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad para el Medioambiente (ICMBio) era mucho más duro hace unos años. Vinieron incluso guardias forestales y le confiscaron sus cuchillos de cocina. Este tipo de cosas no suceden hoy en día, nos explicó, pero todo el mundo sigue siendo muy consciente de que las autoridades quieren que se vayan.

Será irónico —y extremadamente triste para ella— si después de años de resistencia (haciendo frente hasta a jaguares merodeando por la zona, jabalíes, grileiros y la extrema sequía), finalmente los burócratas del gobierno la obligaran a abandonar la tierra que tanto ama.

La situación jurídica de las familias del río Iriri no es clara. Si bien la ley federal dice que no se permite la ocupación humana en el interior de las estaciones ecológicas, otros precedentes legales garantizan que las personas no deben ser desalojadas de las tierras que tradicionalmente han ocupado, en particular, la propia Constitución de Brasil y el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, firmado por Brasil.

La fiscal federal brasileña Thais Santi está tratando de encontrar un camino de salida, asegurando que en la zona se da una amplia protección del medio ambiente, a la vez que se respetan los derechos de los habitantes locales. Ella fue la que envió el equipo de investigación por el río Iriri, al que me había unido, para informar sobre la viabilidad de un compromiso.

Ese informe, probablemente se esté recopilando mientras escribo esto, jugará un papel esencial en la búsqueda de una solución.

Dona Zefa preparing fish for dinner. Life along the Iriri River has its challenges, but also its rewards — the families living there want to stay in their homes. Photo by Mauricio Torres
Dona Zefa preparando el pescado para la cena. La vida a lo largo del río Iriri tiene sus retos, pero también sus recompensas —las familias que viven allí quieren permanecer en sus hogares. Imagen de Mauricio Torres.

Desde un punto de vista caritativo, el caso de las familias del río parece irrefutable —después de todo, ocuparon esta tierra mucho antes de que se convirtiera en una estación ecológica, y sus sustentos de vida son muy poco demandados en la selva de los alrededores. No obstante, algunos ecologistas temen que si se permite aquí una exención legal se sentará un precedente perjudicial para estas familias, creando un vacío que podría ser aprovechado por los especuladores de tierras en otro lugar y sin ningún tipo de escrúpulos.

Hay más en juego que esta dispersión de las familias a lo largo del río Iriri: otras familias y pequeñas comunidades en todo el territorio de Brasil se encuentran en situaciones similares, tal como se establecen otras estaciones ecológicas o idénticas unidades de conservación. Al final, todo va a depender de la evaluación de un juez federal en competencia y de un decisivo fallo judicial.

Aunque parece muy probable que el caso se resuelva por razones técnicas y jurídicas, no puedo evitar escribir sobre esto y expresar mi propia sensación de que, en este caso, la ley es “un coñazo”, como Charles Dickens declaró en Oliver Twist. Es evidente que estas familias protegen la selva e incluso la mejoran; y con la misma claridad, no hay conflicto en el mundo real entre la conservación de las selvas y su permanencia en sus hogares. Lo que se necesita es un compromiso de sentido común que reconozca la realidad amazónica, en lugar de las sutilezas legales lejanas e impersonales de Brasilia.

Washing laid out to dry at Dona Zefa's home. Photo by Mauricio Torres
Ropa lavada a la intemperie para que se seque en casa de Dona Zefa, en el Amazonas. Imagen de Mauricio Torres